En las últimas
semanas el alcalde Francisco de la Torre ha presentado sendas propuestas de
grandes torres en el suelo actual de la estación de autobuses y en el Muelle de
Heredia, coincidiendo con dos actuaciones muy criticadas. La primera, a raíz del
retraso y nefasta gestión, del Plan de Emergencia municipal en Campanillas por las
gravísimas inundaciones en la madrugada del sábado 25 de enero. La segunda, por
la publicación de la sentencia que condena al Ayuntamiento a pagar a la empresa
promotora del museo de las gemas la cantidad de 1,8 millones de euros más
intereses, en total unos 9 millones de euros, por un museo que sólo abrió un
par de horas.
Igual que a Pinocho
le crecía la nariz cuando mentía, a Málaga le crecen los rascacielos cada vez
que el alcalde “mete un patón”.
Los proyectos de rascacielos
en Muelle de Heredia y Estación de Autobuses se unen a una larga lista: Repsol,
dique de Levante, Martiricos, la Térmica, Torre del Río, La Isla, Flex, etc. Han
dejado de ser una excepción para convertirse en la regla. Y el debate no es si
construcción en altura sí o no. La construcción en altura no es mala de por sí,
depende dónde y si mejora o no los parámetros de densidad de población, zonas
verdes por habitante, movilidad sostenible, etc.
La cuestión principal
es a quién beneficia este modelo de ciudad. Todos estos proyectos, pensados para
oficinas y viviendas de lujo que serán adquiridas por fondos de inversión para
especular, son el signo de un urbanismo no planificado para el interés general,
sino “a la carta” para inversores especulativos.
El alcalde está
haciendo una Málaga a la medida de los intereses de especuladores inmobiliarios
y fondos buitre, mientras los malagueños y malagueñas se ven expulsados de su
ciudad al no encontrar vivienda a un precio asequible.
(Publicado en mi columna "El ala izquierda de la casona" del diario Viva Málaga, el 19 de febrero de 2020)
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