El alcalde de la ciudad, la autoridad
portuaria, y el gobierno de la Junta de Andalucía, puestos de común acuerdo, quieren perpetrar
un rascacielos, o como se le llama ahora “un edificio emblemático”, en el dique
de levante del puerto de Málaga. Al parecer un edificio nada original, una mala
y más pequeña copia que el ya existente en otras ciudades, que no aportaría
nada nuevo a la imagen de la ciudad. Bueno, no aportaría pero sí ocultaría y
relegaría a un segundo plano a los edificios hasta ahora más emblemáticos de la
más conocida imagen de la ciudad: la catedral, la alcazaba y la farola.
Es una pena que tan ilustres autoridades no
tengan la misma diligencia e interés en impulsar y exigir al gobierno central
la ejecución de un proyecto ya aprobado hace muchos años, vital para la
economía y el empleo, como es el del soterramiento del tren del puerto, que haría
al puerto de Málaga altamente competitivo en el tráfico de mercancías
(contenedores, vehículos y graneles).
Por el contrario, nuestros dignísimos
representantes ponen todo su empeño en impulsar un proyecto hoy por hoy fuera
de la legalidad, que para poder ser ejecutado necesitaría cambiar el PGOU, el
Plan Especial del Puerto, un expediente de desafección del dominio público del
suelo, y la autorización especial del gobierno del Estado.
Y lo
más grave, este proyecto que se nos presenta como ya decidido, se ha gestado al
margen de la ciudadanía ni sus agentes sociales, y sin opción al debate. Y
completamente ajeno a un proyecto claro y coherente de ciudad.
Sólo
las ciudades que no se precian a sí mismas asumen acríticamente cualquier
proyecto que se le presente, sólo por “ser modernos” como en otras ciudades, y
sin un debate serio. Como en el célebre capítulo del monorraíl de “Los
Simpson”.
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