martes, 14 de mayo de 2019

EL OCASO DEL FARAÓN DE LA TORRE




En el antiguo Egipto los faraones pretendían pasar a la posteridad mediante gigantescas y costosísimas construcciones que dejaran constancia de la “grandeza” de su figura, aunque fuera a costa de las penurias de sus pueblos.

De ahí que con el término “faraónico” viene a calificarse una obra o construcción gigantesca, fastuosa o que exige demasiado esfuerzo, especialmente económico.

En sus casi veinte años al frente de la alcaldía de Málaga, Francisco De la Torre se ha convertido en el faraón de los megaproyectos inútiles y derrochadores, proyectos urbanísticos faraónicos, inviables económicamente que luego, casi siempre, se quedan en el aire. Afortunadamente. 

Derrochó 30 millones de euros en un “Museo de las gemas” que jamás abrió. Un auténtico museo del derroche.

Ha defendido hasta la saciedad el embovedamiento del Guadalmedina para convertirlo en una vía rápida para los coches, una idea trasnochada, rechazada por los urbanistas para situaciones similares en todas partes del mundo, desechada por casi todas las propuestas que se presentaron al concurso internacional de ideas para la recuperación del cauce del río. Ahora, visto el rechazo de su propuesta, intenta vendernos un embovedamiento parcial con más de una decena de enormes “plazas-puente”. Y encima, ahora llega Vox, partido franquista como el propio De la Torre en su juventud y con los que no descarta gobernar, y recupera su antiguo proyecto de embovedar el río y meter el metro por debajo, una idea inviable que, además, costaría unos 2.000 millones de euros en obras de seguridad del pantano.

Ahora quiere imponernos, a pesar del rechazo ciudadano mayoritario, un mastodóntico rascacielos en el morro de levante, que acabaría para siempre con el paisaje más emblemático de una ciudad con casi 3.000 años.

Sigue empeñado en colmar de grandes rascacielos los terrenos de Repsol, cuando lo que se necesita y reclama la ciudadanía es un gran pulmón verde en ese lugar.

También ha defendido insistentemente llevar el tren de cercanías hasta la Plaza de la Marina, una obra absurda por costosísima e inútil, pues el metro llegará casi hasta la Plaza y existe conexión entre el metro y el tren.

Por no hablar de los distintos proyectos que nos ha vendido para la manzana de los antiguos cines Astoria y Victoria: ampliación de la casa natal de Picasso, supermercado “gourmet”, teatro o auditorio musical privados. Hasta un “museo de museos” llegó a plantear en el colmo de su paroxismo por la acumulación de museos.

¿Qué será lo próximo? ¿Rescatar el absurdo e irrealizable proyecto de Bendodo de hacer un puente atravesando la bahía de Málaga?

Pero De la Torre ha sido también un verdadero artista de la propaganda que no duda en pedir la capitalidad de la ciudad de lo que sea para luego venderse como ejemplo de gestión en cuestiones de las que, más bien, debería avergonzarse.

De este modo, no se ruborizó en pedir la capitalidad cultural europea para Málaga contando con el triste currículo de haber demolido más de 300 edificios históricos de nuestro patrimonio arquitectónico durante su mandato como alcalde o concejal de urbanismo.

No titubeó en pedir que se declarase Málaga capital verde, siendo una de las ciudades con menos árboles y metros cuadrados de zona verde por habitante, y con unos índices vergonzantes de contaminación de nuestro aire y nuestro mar.

Presume de ejemplo de políticas de movilidad urbana, cuando somos ejemplo de todo lo contrario: una ciudad a la medida del coche privado, sin un transporte público intermodal, sin una red de carriles bici conectada y segura y sin itinerarios peatonales agradables que conecten distintas zonas de la ciudad de forma continua, agradable y segura.

Y ha pedido la capitalidad gastronómica para nuestra ciudad cuando ha promovido que se colmara de establecimientos franquicias idénticos a los que se pueden encontrar en cualquier otra ciudad del mundo.

Málaga necesita otra persona en la alcaldía que dedique el dinero público, a transformaciones urbanas sencillas destinadas a una ciudad más igualitaria, más equilibrada en equipamientos y servicios entre sus barrios, con más oportunidades de empleo digno y de vivienda, con una movilidad más eficiente y sostenible, más verde y respirable. Una ciudad que se quiera a sí misma cuidando de su patrimonio histórico y cultural y su paisaje.

En definitiva, otro alcalde empeñado en mejorar la calidad de vida y el día a día de la gente.

(Publicado en la revista El Observador, el 13 de mayo de 2019)


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