En el antiguo Egipto los faraones pretendían pasar a la posteridad mediante
gigantescas y costosísimas construcciones que dejaran constancia de la
“grandeza” de su figura, aunque fuera a costa de las penurias de sus pueblos.
De ahí que con el término “faraónico” viene a
calificarse una obra o construcción gigantesca, fastuosa o que exige demasiado
esfuerzo, especialmente económico.
En sus casi veinte años al frente de la
alcaldía de Málaga, Francisco De la Torre se ha convertido en el
faraón de los megaproyectos inútiles y derrochadores, proyectos
urbanísticos faraónicos, inviables económicamente que luego, casi siempre, se
quedan en el aire. Afortunadamente.
Derrochó 30 millones de euros en un “Museo de
las gemas” que jamás abrió. Un auténtico museo del derroche.
Ha defendido hasta la saciedad el
embovedamiento del Guadalmedina para convertirlo en una vía rápida para los
coches, una idea trasnochada, rechazada por los urbanistas para situaciones similares
en todas partes del mundo, desechada por casi todas las propuestas que se
presentaron al concurso internacional de ideas para la recuperación del cauce
del río. Ahora, visto el rechazo de su propuesta, intenta vendernos un
embovedamiento parcial con más de una decena de enormes “plazas-puente”. Y
encima, ahora llega Vox, partido franquista como el propio De la Torre en su
juventud y con los que no descarta gobernar, y recupera su antiguo proyecto de
embovedar el río y meter el metro por debajo, una idea inviable que, además,
costaría unos 2.000 millones de euros en obras de seguridad del pantano.
Ahora quiere imponernos, a pesar del rechazo
ciudadano mayoritario, un mastodóntico rascacielos en el morro de levante, que
acabaría para siempre con el paisaje más emblemático de una ciudad con casi
3.000 años.
Sigue empeñado en colmar de grandes rascacielos
los terrenos de Repsol, cuando lo que se necesita y reclama la ciudadanía es un
gran pulmón verde en ese lugar.
También ha defendido insistentemente llevar el
tren de cercanías hasta la Plaza de la Marina, una obra absurda por costosísima
e inútil, pues el metro llegará casi hasta la Plaza y existe conexión entre el
metro y el tren.
Por no hablar de los distintos proyectos que
nos ha vendido para la manzana de los antiguos cines Astoria y Victoria: ampliación
de la casa natal de Picasso, supermercado “gourmet”, teatro o auditorio musical
privados. Hasta un “museo de museos” llegó a plantear en el colmo de su
paroxismo por la acumulación de museos.
¿Qué será lo próximo? ¿Rescatar el absurdo e
irrealizable proyecto de Bendodo de hacer un puente atravesando la bahía de
Málaga?
Pero De la Torre ha sido también un verdadero
artista de la propaganda que no duda en pedir la capitalidad de la ciudad de lo
que sea para luego venderse como ejemplo de gestión en cuestiones de las que,
más bien, debería avergonzarse.
De este modo, no se ruborizó en pedir la
capitalidad cultural europea para Málaga contando con el triste currículo de
haber demolido más de 300 edificios históricos de nuestro patrimonio
arquitectónico durante su mandato como alcalde o concejal de urbanismo.
No titubeó en pedir que se declarase Málaga
capital verde, siendo una de las ciudades con menos árboles y metros cuadrados
de zona verde por habitante, y con unos índices vergonzantes de contaminación
de nuestro aire y nuestro mar.
Presume de ejemplo de políticas de movilidad
urbana, cuando somos ejemplo de todo lo contrario: una ciudad a la medida del
coche privado, sin un transporte público intermodal, sin una red de carriles
bici conectada y segura y sin itinerarios peatonales agradables que conecten
distintas zonas de la ciudad de forma continua, agradable y segura.
Y ha pedido la capitalidad gastronómica para
nuestra ciudad cuando ha promovido que se colmara de establecimientos
franquicias idénticos a los que se pueden encontrar en cualquier otra ciudad
del mundo.
Málaga necesita otra persona en la alcaldía que
dedique el dinero público, a transformaciones urbanas sencillas destinadas a una
ciudad más igualitaria, más equilibrada en equipamientos y servicios entre sus
barrios, con más oportunidades de empleo digno y de vivienda, con una movilidad
más eficiente y sostenible, más verde y respirable. Una ciudad que se quiera a
sí misma cuidando de su patrimonio histórico y cultural y su paisaje.
En definitiva, otro alcalde empeñado en mejorar
la calidad de vida y el día a día de la gente.
(Publicado en la revista El Observador, el 13 de mayo de 2019)